Los tiempos de Dios son perfectos.
Las estaciones
en que cantan las aves
los besos
el alba
y la felicidad de los niños,
son siempre precisos.
La angustia
la sangre fuera del cuerpo
el dolor adentro
el hambre
que calla la felicidad de los niños,
llegan siempre a tiempo.
La muerte
cada día con puntualidad se reaviva
y es designio divino
que las flores se marchiten
los besos se arrepientan
el día se convierta en cáncer
que las aves y los niños fenezcan
y encontremos sus hermosos cuerpos muertos
a la sombra de los árboles
(que también son perseguidos por la saña del reloj invisible del Dios descompuesto).
Y estaba escrito en el infinito
que cayéramos en este agujero-vida
que nos comiéramos los unos a los otros
y la arena del mar fuera testigo silencioso de la masacre
el trapo ultra absorbente para limpiar los restos del banquete
al que Dios llegó a tiempo.
Porque siempre llega a tiempo,
aunque no tenga piernas
ni alas
ni avión
ni automóvil
ni existencia.
Es que sus tiempos son perfectos
porque nada es más perfecto
que aquello que no existe.
Por eso
que Dios nos salve de Dios,
que nos salve de nosotros mismos.


(Guadalajara, 1995). Mitad tapatía, mitad sinaloense. Egresada de Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara. Periodista cultural en Vertientes Medios. Escribo sobre música en Nación Progresiva y poemas en el desayuno.
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