Y, amor, cuando regresas
el ánimo turbado te presiente
como los ciervos jóvenes la vecindad del agua.
Rosario Castellanos
I
Y sí: era él.
Resulta curiosa la forma en la que nos encontramos,
uno frente al otro,
la verdad, nuestra supuesta verdad.
Y más cuando nos reconocemos,
en la entrada,
con un boleto en mano
y la entera satisfacción
de viajar en el tiempo.
Dos personas que delante de un escenario
sueñan el desenlace sin detenerse.
Impuesto el destino
sólo queda abrazar el mandato del director.
Ruptura (¿podría ser de otra manera?),
tensión (como siempre),
ser el personaje (no el que llora, el otro),
perfila el personaje (líneas de contorno, un globo),
el vestuario (vivo, flojo, que se ajuste),
el tema (lo importante siempre es el tema)
y el control de tablas.
Silencio,
es el momento de salir,
de darlo todo;
sólo descubres un par de cuerpos,
el viento que entra por la puerta,
sin límite,
sin un espacio en el cual puede construirse la libertad
y el acto,
la jornada,
se deja ir por la ventana
mientras las dos cabezas reposan
una sobre la otra
en el entendido de que es un mundo,
otro mundo,
que no logra sobrevivir del todo.
II
Pasamos de largo y me pregunto
si las palabras de Rima se sostendrían en un momento como éste:
el cuerpo que yace frente a la puerta
y cuya piel reclama en un último intento.
La supervivencia,
la célula que intenta desprenderse de la muerte,
ganar un poco de tiempo,
quizá un aliento nuevo
aparezca en la esquina.
Sólo puedes pasar tu brazo por detrás de mi cuello,
hacer como si nada importara en ese momento,
concéntrate;
“dejar que el cuerpo caiga”
es una frase que repites hasta que llegamos,
una entrada
y la luz nos ilumina.
Pasan los vagones
y no crees conveniente
pronunciar alguna otra palabra,
una frase diferente:
“dejar que el cuerpo caiga”,
“dejar que el cuerpo caiga”,
“dejar que el cuerpo caiga”.
Al salir del túnel
creo reconocer a Antígona,
caminando, entre los pasillos del metro.
III
Otra hoja,
otra vez;
¿Se acaba, ahora sí,
la tinta?
Eso parece.
Sólo hay luz por mitades,
fragmentos que parecen
despegar del suelo
y acomodarse en el espacio
que se abre entre mi mano y la tuya.
No.
Es una situación que he creado,
no puede salir del papel,
es un personaje,
es un deseo
y fielmente,
considero que este ejercicio
no tiene sentido alguno.
Apago.
Permito que mi esencia se estire.
Recostado,
me doy cuenta que no he terminado.


(Ciudad de México, 1992) Licenciado en Escritura Creativa y Literatura por la UCSJ. Actualmente se dedica a la docencia y promoción de la lectura.
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