Sexto número

Let me dream in September, de Misael Alejandro

Desde mi casa se puede ver el Hotel Okno. Está lejos, pero es el único edificio alto en esta parte de la ciudad. Hace días que lo observo. El terreno baldío de enfrente de mi casa se incendió. Entre los vecinos intentamos contener el fuego que, sin embargo, se extendió por toda la hierba y alcanzó un árbol. Tardaron los bomberos. El humo, impregnado en nuestras casas, nos duró casi una semana. Cuando me sirvo agua en ciertos vasos todavía huelo la hierba quemada. Incluso el color de nuestras casas se manchó, como se mancha el cielo cuando anochece. A veces creo ver surgir una chispa de nuevo entre la tierra negra. Pero es mi mente, que deforma las cosas según las palabras que escucha. Recuerdo que, a través de las llamas, el hotel se distorsionaba por alguna espectralidad física. El Hotel Okno está lejos, pero cuando entrecierro los ojos parece acercarse un poco. A veces improviso unos binoculares con mis manos, a veces le pido ayuda a mi esposa, que siempre ha tenido mejor vista que yo. Esta mañana vi a una mujer caer de una de sus ventanas. 

Se lo comenté a mi esposa y me dijo que era muy lamentable, que da tristeza ver lo que sucede en la ciudad. En realidad no sé lo que vi. Pudo haber sido cualquier cosa: una silla que por el movimiento de la tierra tuvo la desventura de caerse, un animal planeando, una sombra, o mi mente que deforma las cosas. Sucede que las ventanas del Okno tienen en sus marcos un patrón que asemeja palabras. A veces creo saber qué dicen. Me ocurre como en los sueños: cuando uno sueña con palabras las entiende, pero al despertar sólo permanece el significado, no las letras. Yo, por ejemplo, soñé un día con el título de un cuento. Al recordarlo, no veo más que nubosidades sobre un cielo negro. Pero sé lo que decía: Let me dream in September. No sé de qué trata el cuento. Pero sé que se llama así. Las cosas sin nombre son cosas tristes. 

Hay un río a dos cuadras. No lo alcanzo a ver desde la casa. Hace tiempo un amigo escribió un cuento que no se entendía. Se titulaba “La ambigüedad del río”. No recuerdo demás circunstancias y hechos, pero el cuento terminaba con la frase: “Estoy contemplando el río: no sé si viene o va”. Esa era la ambigüedad del río. Yo le ofrecí una interpretación: le hablé de la idea epistemológica de los posmodernos, que creen que nada es alcanzable mediante nuestros métodos de conocimiento. La realidad no sería más que la realización individual de la percepción subjetiva de cada persona. “No sé si viene o va”, dice el cuento. Este narrador resuelve que la verdad no es enunciable sino mediante la incertidumbre. También le ofrecí una interpretación lingüística: carente del código para descifrar el símbolo del río, el narrador ignora su significado. Quizá el río es todo el lenguaje humano; quizá la comunicación es imposible. Mi amigo, que sabe bastante pero ignora mucho más, me respondió: “¿Y no te parece más bien como un cuento de amor?”. 

Duermo mucho para soñar con metáforas. En los últimos días he encontrado las siguientes: un pájaro de humo sobrevuela la ciudad, el día nos muda en un río, la lluvia huele a tiempo corriendo como agua en una calle, su voz en caída inclinada, caer es… Esta no la recuerdo del todo. A veces pienso que escribo para una mujer que no existe. Mi primer poema lo dediqué a una muchacha que nunca lo leyó. Veo a mi esposa arreglándose frente al espejo, y pienso en el espejo y pienso en ella y lo que creo de ella. La tendencia del reflejo de eternizar su rostro me provoca pensar en la mujer como un tema meramente literario. No escribo de mujeres para retratarlas, escribo de mujeres para saciar mi necesidad de mí mismo. El arte debe ser por y para el arte. El objeto de la literatura no es la realidad, son las ideas. Resido en una casa que cuelga del mar, a lo lejos veo un niño de cebras, reflejar un abrazo es la más perfecta demostración de una ardilla bostezo

Mi esposa dice que descanse. Me pregunto si cuando duermo la calle sigue allá afuera. ¿Si sueño con edificios significa que moriré pronto? Anoche soñé con una ciudad llamada Septiembre. Es curioso: no sabía que se podía habitar el tiempo. Vivo en Febrero, pero sueño con Septiembre. Nací en Agosto, pero quiero morir en Septiembre. Si todo sale bien, en unos años me mudaré a Septiembre. La imagino como una ciudad de edificios surrealistas, alargados y con antenas de cetros, con ventanas de poesía y puertas de animales antropomorfos. Una ciudad de calles de mar, donde las nubes reflejarían la desilusión constante de sus ciudadanos; el medio de transporte sería una metáfora de elección propia; el idioma sería leer un libro y luego interpretarlo; la moneda sería la de la incertidumbre; un incendio sería una de las expresiones del artificio. Entrar por una puerta sería el símbolo para decir “te amo”; subir por un elevador sería la esperanza en el futuro; un cuarto de hotel desordenado sería el desengaño; permanecer seis horas tirado en la cama, mirando al techo, sería una cosa semejante a un poema. Escribir no sería otra cosa que soñar que se nació en otra ciudad. Despertar sería casi lo mismo que dormirse. Caer de una ventana sería la forma más precisa del llanto. 

Me parece que todo lo anterior es una perífrasis para evitar nombrarme. 

Misael Alejandro Delgado González

Misael Alejandro Delgado González

(Aguascalientes, 2001) Estudiante de sexto semestre de la Licenciatura en Letras Hispánicas en la UAA.

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