Como un imbécil. Por aquellos días me porté sin duda y con toda seguridad como un imbécil. Te lo digo en serio, Julio, incluso fue muy difícil para mí la realidad. No sólo corría ya con el inconveniente de ser como era sino también con el problema de no entender lo que sucedía. Entonces, como lo imaginarás, me volví un insoportable. Un exilado de todos y de todo, y hablar así es hablar de un doble exilio, pues la manera en la que me comportaba me hacía estar fuera de mis responsabilidades, de lo que yo creía que debía hacer por el mundo, y fuera también de la oportunidad de estar con alguien que me guiara, de alguien que me rescatara con su amistad, que me devolviera a la idea de que soy humano y de que las cosas así pasan y así se sienten a veces.
Mira que yo podía ir caminando por el centro, por las callecitas de niebla a la hora en que la luz aún no se ha ido, podía estar en los cafés, en los parques, en una buena noche y de pronto algo me incitaba a arruinarlo todo, a caer rendido, a sentir que no hubo mucho antes y que seguramente no habría mucho después. Algunos han tratado de convencerme, palabras más, palabras menos, de que me encontraba roto, pero no sé si roto, Julio, más bien diría que me encontraba sin aire y el aire que con suerte me venía me era un aire pesado, entraba quemándome y salía sin que yo me diese cuenta, sólo de pronto me sentía de nuevo así, en medio de una asfixia periódica e interminable.
Estaba camino a la extinción. Y te preguntarás a la extinción de qué, pues a la extinción de todo lo que alguna vez soñé de mí o conmigo. Si hay una batalla como muchos creen, yo la estaba perdiendo. Decir que estuve ciego o con una especie de vendaje encima sería otra forma de calificarlo, en esos días vi muy poco o tal vez nada, presté muy poca atención, permanecí ensimismado, concentrado en lo que la pena no valía, todos los recuerdos que debieron ser importantes o al menos positivos son en mi mente borrosos e inestables.
Y con esto me toca decirte y repetir una cosa que sigo creyendo y es que si tú me ves hoy aquí, no ha sido obra de nadie ni nada más que de eso, Julio, del tiempo, pero no del tiempo en su actuar más sencillo, que es andar y nunca detenerse y entonces un día con la suerte de los locos uno amanece curado, no, se trata de una astilla más compleja de encontrar: el tiempo como problema presente en la memoria y en la imaginación, el tiempo como un ardid del tiempo mismo, una encrucijada de las horas y los días preguntándote por qué así y no de otra forma, una pregunta que es casi el reclamo del tiempo que se nos ha regalado, que aunque pasa y no vuelve y la línea se acerca cada vez más a su fin y no hay de otra manera, es un regalo y es un regalo que no pedimos y del cual debemos hacernos cargo.
Porque hay cosas que uno entiende, hay cosas que uno escucha una y otra vez, cosas que uno sabe, pero no necesariamente cosas de las que somos conscientes. Y a mí me pasó ser consciente de una vez por todas de que el tiempo, para nosotros, Julio, es un circuito cerrado.
Y aunque a muchos les parezca una noción exagerada porque los he visto decirlo y me parece increíble, aunque muchos así lo piensen es tiempo lo único que tenemos a la mano y es lo único de lo que nos queda cada vez menos. Diciéndome eso fue así que comencé a entusiasmarme, dejando que esas preguntas y esos pensamientos comenzarán a vivir un poco por su cuenta, a la vez que agradecí al tiempo que he tenido y al que me falta. Por otra parte, la verdad es que no sé si me he curado de mis pensamientos más oscuros pues uno naturalmente pierde la sabiduría de los pasos y de pronto cae de nuevo, se necesita ayuda de nuevo, un reacomodo, pero ese, ahora lo sé, es el hombre reclamando su vista gorda, es uno dejándose de fragmentar en etiquetas y conceptos y a la vez es el tiempo diciendo que no hay tiempo que perder, que queda mucho pero que es ahora o no es nunca.
¿Ves, Julio? Volvemos al tiempo. Y ahora me miras como la mayoría de las personas a las que se los cuento. Yo simplemente me veo motivado por esos pensamientos y es así que me he atrevido a creer que puedo lograrlo, que puedo conseguir la proeza de dominar el tiempo, mi tiempo, que puedo hacer del pasado una herramienta y del futuro una incertidumbre que me encanta, un misterio que entre más avanzo más me envuelve, que puedo estar aquí presente y saber que es suficiente, que lo acepto, que lo quiero, y que puedo estar bien. Y mira que me callo que si no, no paro y no quiero robarte mucho de eso de lo que tanto hemos estado hablando, mejor dime qué piensas que la tarde se acaba.
Óscar Orea
Imagen de cabecera: «contracorriente», como parte del portafolio Resistir de Lupita Villalobos.

(Xalapa, Veracruz, 1994) Licenciado en Ciencias y Técnicas de la Comunicación. Fotógrafo y productor audiovisual. Ha publicado cuento en el Instituto Veracruzano de la Cultura (IVEC). Actualmente escribe y narra en su podcast: Sorescriptos.
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