Como en un sueño al tercer día participas. Una fiebre disertadora dibuja un auditorio remoto con rostros frente a las pantallas de las computadoras. Te sientes con una erudición que desemboca caudalosa en el mar de tiempo encharcado, sin orillas, sin un principio y fin que limite. Es como un aljibe al que no le ves el fondo, un abismo sin asideros para la razón. Ya estábamos advertidos. El doctor Melgar lo había explicado detalladamente. Doce meses en observación en el Instituto Nacional de Nefrología avalaban muy bien el pronóstico para el obligado confinamiento. Lo que no conocíamos con precisión era la magnitud de tu extravío.
En la casa buscas la mejor pared, para no recurrir a fondos virtuales que solo pondrían de manifiesto el deterioro de la casa que no se ha pintado hace cinco años. Del brillo de la pintura acrílica satinada nada queda y en su lugar, en la habitación están las rayas de lápices de colores, por toda la sala las huellas de manos pequeñas y junto a la puerta las manchas de unos tenis.
El moderador intuye el poco interés que le presta la audiencia, pero la idea de que es una actitud común, cruza rápido para limpiar la ofensa. Al final, reconoce que solo a ti esperan escuchar. Presenta tu intervención y antes de saludar, a manera de preámbulo lees mis versos.
Ojos de ola con asombro de navío
los vio llegar
y el filo de la sangre con destello los salpica.
Enseguida agradeces la invitación al seminario remoto y das paso a la exposición. Tu lectura avanza con voz firme y pausada, todos escuchan del otro lado de la pantalla, sin imaginar que gastaste los ahorros en una computadora nueva, que tienes fiebre y te angustia la espera de los resultados de la prueba de perfil renal, además, te enojaste por buscar señal en toda la casa para establecer la conexión.
Dices que avituallados para navegar levaron anclas bucaneros, filibusteros, corsarios y piratas que en grandes embarcaciones recorrieron el mar para robar en él, entre los años 1620 y 1795, la edad dorada de la piratería, actividad ilícita asaz redituable. Segura de tus fuentes explicas que la piratería tomó fuerza en América, porque reinos europeos como Inglaterra, Holanda y Francia, querían debilitar la poderosa monarquía española, por ser excluidos del reparto de las tierras descubiertas.

Desde finales del año confiabas que para julio de 2021 tomarían interés los cinco siglos de la caída de Tenochtitlan y encontraste en la piratería la punta de una arista que despierta la curiosidad suficiente en un público universitario y acertaste. Con los apuntes de la Biblia de los Mares defines que con la palabra pirata se nombró a los asaltantes del mar, pero que, a diferencia de los otros, el Corsario era el atacante que tenía un corso, un permiso de la corona francesa para ser un soldado marino. Así, entre tempestad y calma, dices que inician las leyendas de Barbanegra, Barbarroja, Jack Rackham, Sir Francis Drake, Henry Morgan, el corsario francés Jean Fleury, Willian Dampier que tuvo como compañero de mar a Alexander SelkirK —conocido por inspirar la novela, de Daniel Defoe, Robinson Cruzoe— y Laurens de Graff. Enfatizas que todos recalaron en América y desde la Isla Tortuga en Haití y en Ecuador, desde La Española, aguardaban el mejor momento para cazar.
Sin grandes pausas entras en el caudal que salpica las colonias españolas. De tus notas lees que un siglo antes, ya los piratas acechaban la ruta marítima que seguían los navíos españoles que trasladan a la península ibérica los tesoros obtenidos en las colonias. Refieres que, con la conquista de Tenochtitlan, Hernán Cortés mandó a España, en 1522, epístolas y un importante botín de cincuenta mil pesos de oro, más de ocho mil kilos de plata, incluyendo una culebrina de plata maciza, abundante joyería, piezas de jade, una esmeralda en forma de pirámide cuya base era como la palma de una mano y perlas descritas como del tamaño de avellanas.
Rescatas dos fichas donde entre tachones se lee que, también, envió capas de plumas, escudos decorados, papagayos, tres jaguares y unos huesos de gigante que pudieron ser de dinosaurio o mamut y que todo era para repartir como regalo, entre personalidades e instituciones peninsulares: Martín Cortés, padre de Hernán, el Consejo de Castilla, el obispo Fonseca, el almirante de Castilla, el obispo de Palencia, secretarios reales, el duque de Alba y otros aristócratas. También relatas que había obsequios para catedrales, iglesias, monasterios y que muchos de ellos no tenían buena relación con Cortés, pero con los presentes buscaba limar asperezas.
Tu voz es como un oleaje tranquilo al amanecer que baña de palabras una gran playa donde el auditorio escucha sorprendido, entre confianza e incredulidad, las aseveraciones. Aseguras que el tesoro se embarcó en dos naos que, junto con una tercera, zarparon el 22 de mayo de 1522 y que en el viaje entre las Azores y España apareció una escuadra de seis barcos al mando del corsario francés Jean Fleury, que se apoderó de dos de las naos porque la tercera consiguió escapar y refugiarse en la isla de Santa María. En renglones subrayados con marca texto lees que Cortés supo del atraco a principios de 1523 y que fue un golpe muy fuerte porque destruyó la intención de ganarse en España a personas que estaban en su contra.
Abres la segunda parte. Has sostenido la atención del auditorio con el relato de tus indagaciones. Es el resultado del encierro, lecturas, de horas de búsquedas en internet, videollamadas a otros investigadores porque tienes prohíbido salir. La satisfacción que te invade es el tesoro hallado en el arduo trabajo de tres semanas.
Para continuar dices.
—Ahora, versos del poema «Mis olas bajo piratas».
Respiras hondo como gaviota buscando la mejor voz en la brisa, piensas en los latidos del mar, en el movimiento perpetuo de su cuerpo.
Te escuchan. Fluyes buscando la orilla de los versos y sueltas el reclamo:
Sometes todo.
Lo destruyes.
Mi ilusión de mar naufraga.
Alzas un poco más la voz para entrar en el oleaje final. Como en un duelo de miradas, sostienes la tuya ante la cámara y realizas el último lance. Un escalofrío asalta tu cuerpo mientras cuentas que los piratas, también encontraron las costas de México y en el sureste, Tabasco sintió la ferocidad de Alexander Selkirk y Laurens de Graff, los huracanes más destructivos. De Campeche confirmas que corsarios ingleses al mando de William Parker, saquearon y robaron mujeres y que fue el objetivo de temibles corsarios como Lorencillo, Henry Morgan, El Olonés y Diego El Mulato.
Toses un poco y te disculpas. El moderador interviene indicando que ha sido todo. Sabe que estás mal y anuncia que al día siguiente continuas. Este miércoles revuelto de verano resulta complicado más allá de la hora con treinta y cinco. La conexión termina y apagas la computadora. Tocas la frente acalenturada. El celular sin noticias del laboratorio, la fiebre llena todo. Estás entre murallas, del otro lado llega el persistente golpeteo de la prisa del tiempo. En el delirio subes a prisa al faro y te sientas. Con la hoja de una espada tejes estrellas.
La enfermera te despierta. Mueve tus manos para desentumir los brazos. Ahora me encuentras en el recuerdo más próximo a la conciencia. Yo no te veo desde la última recaída. No salgo, soy vulnerable. Todo lo sé por el reporte que llegó por email.
Héctor Manuel Tosca Soriano
(Huimanguillo, Tab., 1973) Es licenciado en Comunicación por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT). Cultiva poesía, narrativa y periodismo. Está incluido en la Enciclopedia de la Literatura en México (elem) de la Fundación para las Letras Mexicanas (FLM). Actualmente es editor y creador de contenidos de la revista de arte y literatura Signos, en la Universidad Popular de la Chontalpa. Es integrante del taller literario Juan Rulfo, coordinado por el poeta Níger Madrigal. Obra suya forma parte de antologías y de diversas revistas literarias como la revista Tierra Adentro. Fue beneficiario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes.
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