Quinto número

El vacío entre la vida y los sueños, Ana Butanda

Me levanto sobresaltada y asustada, escucho el retumbar del corazón, la sangre palpitante pasando por las venas y las sienes a punto de explotar. Te volví a soñar, ahí estabas tirado, ensangrentado y muerto en medio de mi habitación, pero yo —que no era yo— te vi a través de los cristales húmedos, me veía a mí misma gritar, patalear, sin embargo, era inútil, ante la muerte la vida es nada, te habías convertido en polvo ante mis ojos y mi llanto traspasaba el tiempo. Los sueños pueden parecer tan reales…

Ahora, más tranquila, me visto para ir a la universidad. Me lavo la cara con agua fría con la esperanza (casi inútil) de bajar la hinchazón y el enrojecimiento de los ojos. Me gusta lo que estudio porque me da la posibilidad de desbocar el mar que llevo dentro y no ahogarme en él y le doy sentido mediante las palabras, aunque en ocasiones se me desborda y me sale por los ojos. Quizás solo siga por las letras, esas están del lado de la vida y no del de la muerte.

La mañana es fría y transcurre tranquila, ya tengo más pendientes que entregar la siguiente semana y me gusta, debido a que tendré la cabeza ocupada para no pensar en ti, para no pensarte e imaginar cómo se te pudre la carne en el féretro a unos metros bajo tierra, ¿qué aspecto tendrás ahora?, pero ¿y eso que importa?, tú, bajo cualquier forma, seguirás siendo mi padre y yo, tu hija, así nos separe la muerte y diez mil eternidades.

Terminé la tarea en la noche, me metí a bañar y después me acosté en la sala, puse tu canción y la canté para acurrucarme, me hice un ovillo debajo de la cobija y, a punto de perderme en el sueño, escuché a mamá llorando bajito. Qué fea es la vida sin ti. Cuando abro los ojos estas aquí, sentado frente a mí, me sonríes. Ya no llevas esa herida de bala en la cabeza ni la sangre se te escurre por la frente, solo estas aquí, sonriente y conmigo. Conmigo. No obstante, los sueños no duran toda la vida, no me duraste toda mi vida.

Cuando me desperté, a media noche, fue porque ya te habías ido. Mucha prisa han de llevar los muertos que por eso se van tan pronto, antes que uno, y lo dejan ahí solo cargando, a como dé lugar, el peso de su recuerdo y el hueco de su ausencia. Decidí quedarme a dormir en el sofá porque en mi habitación tus fantasmas me persiguen, aunque es inútil todo intento de huida, no me queda más remedio que hacerles frente, por eso, me subí a mi cama y me quedé más despierta que dormida esperando la llegada del sol por si acaso venias con él. Son las doce del día domingo y sigo esperando. Ojala no tardes en llegar porque si no tendré que ir yo a buscarte y a mamá no le va gustar, quizás se le marchite aún más el corazón y, ¿qué será de ella?

Hoy me puse un vestido y las sandalias nuevas, me veía bonita y feliz. Caminé al parque, ahí me comí un sándwich de jamón que yo misma me preparé y me dispuse a leer lo asignado para mi clase de mañana. El sol del atardecer me daba en las pestañas y el viento jugaba con mi vestido, además, veía en mi sombra cómo ondulaba mi cabello y me daba en la cara trayendo consigo un aroma a lavanda.

Hasta que unos minutos después sentí que algo chocaba en mi pierna izquierda: era una pelota amarilla. Un niño pequeño, entre cuatro y cinco años, venía corriendo por ella. Su carita mostraba toda la alegría de un chiquillo de su edad, sus mejillas enrojecidas por el sol y el cabello despeinado mostraban que llevaba un rato jugando.

Me vio y sonrió, se le formaron hoyuelos en sus mejillas regordetas, tomó la pelota y se fue. Por encima de su hombro, vi que su padre lo esperaba en cuclillas y con los brazos abiertos, cuando lo rodeó con ellos, lo alzó del suelo y le dio una vuelta. Su risa infantil atravesó el espacio y después padre e hijo siguieron jugando. Qué divertido debe ser niño.

Traté de seguir leyendo, sin embargo, cada vez me costaba más trabajo concentrarme y de vez en cuando echaba un vistazo al niño y a su padre jugando, el pequeño lanzaba la pelota y el otro la agarraba en el aire. Recordé las ocasiones en las cuales jugabas conmigo, nos vi a nosotros corriendo descalzos por el pasto mientras intentabas alcanzarme, retrocedí quince años atrás y me llevabas cargando en tus brazos mientras corrías porque ya se nos había hecho tarde para llegar al kínder.

De seguro tenía la misma cara que el chiquillo: el cabello despeinado y las mejillas coloradas porque la profesora me regañaba por llegar tarde y encima hecha un lio, ¿y eso qué?, era feliz. Extraño ser feliz. Regresé a la casa con el vestido hecho sopa, el cielo y yo nos habíamos puesto de acuerdo para soltarnos en llanto, o quizás eras tú quien lloraba…

Enseguida me metí a bañar y dejé en la estufa hirviendo un poco de agua para prepararme un café y continuar con la tarea de mañana. Cuando estaba concentrada leyendo y tomando apuntes, lo escuché: primero un sonido sordo y después un grito en seco. Era yo quien gritaba, no sabía qué hacer ni hacia dónde correr, mi madre voló por la escalera y en un abrir y cerrar de ojos estaba a mi lado preguntándome qué había pasado, yo solo podía responder: “que no maten a mí también, por favor, que no me encuentren nunca”, sigo luchando contra las secuelas que me dejó la manera en que te mataron, porque fue eso, te mataron a sangre fría frente a mis ojos, pero antes del estruendo de las balas, se escuchó un sonido sordo, eran los homicidas entrando a la casa, y minutos después te vi caer, vi en tus ojos tu muerte que me atravesó como a ti el plomo.Esa noche dormí (lo que pude) debajo de la cama, por si llegaban los asesinos mientras dormía no me encontraran nunca. Pedí a Dios, si existe, no despertar jamás.

Todavía estoy aprendiendo a vivir sin ti. Me cuesta creer que no estas, pero ¿dónde estás realmente?, ¿por qué no estás aquí, conmigo?, ¿a dónde van los muertos?, ¿a dónde te fuiste?, algún día moriré como tú, mientras que eso pasa, sigo aquí. Hace mucho dejé de tratar de entender porque tú y no yo. Me estaba hundiendo más.

Me da miedo morir. No, no es verdad. Me da miedo morir y no encontrarte después de la muerte, en la muerte y por la muerte, ¿me entiendes?, el vacío.

Ana Butanda

Ana Butanda (Guanajuato, 2001) Estudiante de la licenciatura en Letras Españolas en la Universidad de Guanajuato. Nació donde hiere el recuerdo, según José Alfredo Jiménez; hastiada de la vida y atravesada por la muerte. Esta es la primera vez que decidió publicar y ser leída por otros, anteriormente solo tallereaba con la revista G_lfa y apoyaba en el proceso editorial de la Revista Valenciana. 

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