Siento un deseo que no cesa
un ardor que en la inquietud respira
un hambre fatal que no fallece
un ansia constante y paulatina
sombra que se distorsiona y crece
en el espacio sin par de una mentira.
Un viento que el mar destila
en voz de golpe huracanado
cuyo estruendo mi pensar delira
como un sonoro eco del engaño.
Qué ardor más profundo
qué vil deseo tan poco vano
qué incesante apetito que en su afán cansa
de querer saber lo que no se sabe
y brillar más de lo que se alcanza.
Sentido angustioso, pero suave
que con el fácil dormir
y el dulce sentimiento
en astro, en savia y en marfil
convierte en su acto al pensamiento.
Y siento que mi fallecimiento
es epítome del imposible sueño,
impulsor del dichoso encuentro
con los dones del mito como dueños;
porque entre más enervado duermo
más viva se vuelve la visión
de la ficción y el ensueño.
Entre más guarde privarme con la mano
y dirigir con bandera la pena y el miedo,
más vivo se dibuja del velo el país lejano
que entona en mí un ambiente mío sereno:
el puente que pulula las entrañas
del silencio de un vaivén eterno,
el rostro del otro que no es otro
sino uno y yo en la distancia el otro,
el hielo intacto sobre el viento
y el viento oscuro sobre el fango
de la ciénega, el adoquín y el lago…
ay, sus lagos… sus lagos de cristal amargo
sus lagos de verde cicuta prendidos
lamen sus rocas suspendidas
en el aliento frío
de un árbol que duerme,
del muro que se dobla en un gigante
herido en el desastre de la muerte
y el brío, exhausto, de un paisaje de mil lunas.
Es majestuosidad de un huracán
o un tropical y silvestre torbellino.
El primero por tremendo,
por inquisidor despavorido;
bellos vientos causan sus nubes
al dejar ver el sol transgredir
las entrañas de sus urbes,
de su negra frente y furioso ardid.
Y frenético torbellino
porque de la caída prende
el arco de Dios con sus colores
etéreos en la amalgama de la luz.
Y ahí en el luminoso viento,
ahí ajeno y en el éter dormido,
me vi de nítida plata
sin textura, pero con brillo.
¿Era del agua mi piel o del delirio?
¿Era acaso de mi cáncer la vida?
Era en sí barrera deslucida,
un cristal de argento marino
con peces de boca en esquirla
bajo unos ojos de albor dormido.
Peces de luz y de espina
Peces de mirar latente y ciego
que en mi costa bajo el mar azul sin alga
y con la luz de crisantemo que me levanta
en el lunar paisaje de un distante cielo
encienden en el horizonte el alba.
Peces de luna y mar aislado
de fuente dorada sin reclamo
que en circular e íntimo nado
transitan sin sombra en mi mano,
en mi tronco de espejo acuoso,
en mis piernas sin la mancha parda,
en mis órganos en reposo,
en el cadáver sin textura más hermoso
y sin el eco externo de una mirada;
un cuerpo, en fin, que ha perdido la frontera
y que, sin la mar, es nada.

Daniel Isaí Mata Velázquez

(Aguascalientes, 2000) Estudiante de séptimo semestre de la Lic. de Letras Hispánicas en la BUAA. Ocupó el cargo de editor de la revista literaria y estudiantil Pirocromo de agosto de 2020 a agosto de 2021. Ha sido publicado en la revista El Gallo Galante y Campos de Plumas. Obtuvo el segundo lugar en la categoría de poesía en el concurso de talentos universitarios 2020 de la BUAA. Participó como ponente en la tercera edición del Congreso Nacional de Creadores Literarios.
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