Es de madrugada, un zumbido me despierta: veo una línea de color blanco, como si algo o alguien la hubiera dibujado con gis sobre la oscuridad.
Miro la dirección de esa línea y compruebo que una mosca la deja al pasar. Me levanto para matarla, pero después de perseguirla un rato veo que es inútil, sus movimientos son indescifrables.
Rondamos por todo el departamento y antes de volver a mi habitación, la mosca dibuja un círculo en la entrada. Lo atravieso y me detengo: miro cómo una persona duerme en mi cama. No puedo entenderlo, soy yo o por lo menos una réplica idéntica a mí.
La mosca dibuja una línea encima de la oreja de mi “otro yo”, él se levanta y repite los pasos que hice hace unos minutos. Veo que solo soy aire para él cuando me traspasa al salir del cuarto.
La primer réplica de mí también se aterra al ver un cuerpo sobre la cama, está condenado a repetir lo que yo hice antes. Zumbido, línea, persecución, círculo, duplicación, todo se repite varias veces, entonces siete de nosotros entramos al cuarto.
Abrumados por la multitud de sombras que rondan, tomamos asiento, tres en la cama y el resto en el suelo; todos con una línea que se enmaraña sobre nuestras cabezas cada vez que pasa la mosca. Así, hasta que nos perdemos en un sinfín de rayones blancos…
Fervor

Fervor, de 21 años, se define a sí mismo como búsqueda de encuentros, desencuentros, cerros, crispetas y juegos, se asume como errante narrador al ritmo de Nomadismo narrativo con historias, chismes, gestos, cuentos, mitos y relatos. Escribe para ejercer el vivir, para estirarse en los momentos de ocio.
En esto de escupir tinta aprendió mucho de Marlene Diveinz y de Miguel Santos. En 2019 inició su formación como narrador oral escénico en los talleres de Marcela Romero, desde entonces forma parte del colectivo Sirenas y juglares. Por ahora estudia teatro en la Universidad Veracruzana.
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