[Reseña]
Armando Salgado dice que “Versiones del vacío es una avería en la realidad”, yo diría: hace de la realidad una avería. Javier Acosta es un poeta que ronda entorno a la Nada que condiciona al lenguaje y las formas de la existencia en el mundo. Vacío como origen y fin del pensamiento, lo nombrado y el nombre se distancian y desaparecen, la palabra que viaja en redondo hacia ninguna parte, en una espiral sin fin y lleva para Nadie, como esencia y sujeto. Si el Vacío, el Nadie y su silencio sólo responden a la Nada que permanece por sobre todas las cosas, esta vida que se nombra y el corazón del poeta de donde salen las palabras son un error o un accidente. Reminiscencias filosóficas que se rastrean hasta la Antigüedad, esta realidad es una creación descuidada de algún demiurgo, rajada de alguien (¿misericordioso o impío?) sobre la tela del gran Vacío, pasajera y momentánea. Todo el poemario gira en torno al oxímoron: pensar la condición de la vida, la Nada, es inútil puesto que de ella no puede salir algo: Nada no se reflexiona sino a sí misma y Nadie es el protagonista de los devaneos. El camino nos devuelve al instante en que partimos hacia su encuentro:
el que ninguno ha presenciado desde su comienzo
el que nadie ha vivido hasta el final (16)
Acosta no posee la retórica poética que aprecia las volutas del pensamiento reflexivo. No marca una filosofía, sí un instante de ocio que se convierte en castigo. El tiempo de creación es el ocio por definición, encuentro con nosotros mismos y una Nada como el mar acosando una isla de roca. El poeta cara a cara con la Nada sin rostro. Los versos contienen la expresión necesaria para demarcar esta dualidad tan sólo con acudir a las palabras sencillas. No obstante, son signos donde no se puede encontrar algo más: desde el fondo de las palabras Nada resuena, porque más que una reflexión es una experiencia para atraparla bajo el dominio del lenguaje:
Sé que no puede apalabrarlo; aun así
he debido intentar estos renglones
Sé que no puedo
acallar su presencia, sé que no puedo subrayarla
Sé que tampoco así responderá (18)
En los diálogos del poeta con la Nada, esta se expresa en todas las formas y al mismo tiempo no contiene nada en sí misma. Quien escribe los versos se da cuenta de inmediato de la confrontación. El poeta se percibe como la excepción de la gran corriente de la realidad vacía. Dentro de él, la gran máquina de Nada se mira y contempla una de sus fallas, el intento de un lenguaje que quiere nombrarse, aferrarse a un presente sin bordes sin poder asirlo. Las palabras nacen del fondo del poeta. La fuente que llena y baña nuevamente al mundo que se ha desprendido de todo significado. Lo único palpitante es el corazón del poeta, un “transitorio desperfecto de la nada”, como marea que se levanta y destroza las orillas para volverlas a fundar. Desperfecto que es una de muchas cosas habitando el gran agujero de la existencia, un error desde la perspectiva del Vacío. Esta relación posee la misma fórmula de erotismo: lo esencial siempre es lo sensible. El Otro entra por los ojos y se queda en la piel. La paradoja con la Nada es que contiene una infertilidad irreparable, porque Nada no tiene por donde ser atrapada:
Te vi:
no tienes figura
nadie te parió
no llevas vestido (30)
El deseo por la Nada es el mismo que el deseo del lenguaje por el mundo. Unión que termina en tragedia amorosa: las palabras no son las cosas, estas no pueden encerrarse en unos signos, como se inserta el seminal líquido del significado:
Fue mi tarea parir a todos los seres de la tierra; pero
has puesto en mí la inescrita semilla del silencio
me pusiste a girar en torno del
vacío —dijo
la que en su vientre lleva el semen frío de la palabra (32)
El mundo se pierde si los nombres no pueden sostener su objeto y la Nada se va si las palabras no la atrapan antes. El deseo por la Nada (el magnetismo que posee para nuestros pensamientos) es una de las muchas variaciones que acompañan al hombre desde su aparición en la vida, puesto que ella tiene el sentido oculto de la existencia. Decir la Nada es recostarla con nosotros; adquirir la seguridad de su presencia como una inmovilidad. Pero ese deseo por la Nada es “el más exigente”, ya que ella siempre circula y nunca acaba su “torbellino” sin palabras, sólo posee ese “semen frío de la palabra”. El deseo nos hace Otros con nosotros mismos. Fractura simultánea: tanto se consume a su objeto que termina por difuminar al propio sujeto que anhela su posesión. La fuerza nos desvanece a tal grado que el compromiso del deseo nos afianza a la voluntad del Otro. Giro sin remedio: el fuego desviste al Otro y éste se venga retribuyendo el ardor para el sujeto. Salto de la posesión a la súplica: son un mismo momento: “hacer de ti lo que quiera de nuevo te suplico”; un acto desesperado. Llegar a la Nada nos vuelve Nadie: “de la Nada a la Nada pasando por Nadie”. La irrealidad del sujeto se vuelve el punto de unión:
Debería ser el sirviente
más inadvertido
el más innecesario
en la casa más pobre
del más pobre reino y ni siquiera (38)
El “yo” debe sufrir o desaparecer. Se vuelve una ilusión si se enfrenta ante el Vacío. Deja de ser el accidente de la realidad, se abandona en la extraña armonía de minimizar todo lo relacionado con el Ser. Contempladas desde la gran Nada las cosas con Ser son una avería, y, sin embargo, es el poeta quien lo nombra en los versos. El problema es grave: sin Ser, no hay pensamiento, deseo o palabras. Nuestro Occidente se basa en “ser alguien”, obtener una máscara para ocultarlo y arrojarla para expresar al Sercuando sea el instante indicado. Fuera de él, la Nada. Desde la antigüedad hasta la filosofía moderna siempre se ha pensado desde el Ser —punto de partida y también de llegada—: la Nada no es nada y pasa sus vicisitudes hasta llegar a él. El caos hace nacer el mundo, nos dice Hesíodo. La Nada es transición necesaria, tiempo infértil que por sí mismo se agota y termina en No-Ser, porque nada significa. Sólo ella tiene sentido cuando el Seraparece, única cosa que puede conocer el hombre. Para nosotros, esforzarse o demorarse a ratos por la Nada, resulta sobrehumano, más allá del lenguaje. Entre su enormidad y la del Ser,queda el poeta como una inferioridad. ¿Cómo transmutar al corazón como expresión auténtica nuevamente?

Debo aventurar una conjetura: Acosta pinta diálogos y escenarios parecidos al Budismo Zen. Más que una mística filosófica es una experiencia vital, una liberación basada en una irónica negación de la esfera divina; una visión de la naturaleza armónica del hombre. El Zen rompe sus conexiones con tratados o paradojas mentales y transforma a la misma sensación humana como puerta de salvación. La iluminación llega si el hombre está dispuesto a abrir su pecho a la eternidad como un instante que se refleja en las cosas cotidianas de la vida, ese instante de claridad y de Vacío liberador (satori). El liberado presencia al mundo con otros ojos, y en vez de dedicarse a reflexionar, pasa sus días observando la naturaleza, oyendo cantar las aves y conmoviéndose con los atardeceres. Momento sin adjetivos, fuera de palabras o coherencias, experiencias místicas que sólo pueden ser entendidas si no se les presta la menor atención. Es por esto que en las historias del Zen de los maestros y los alumnos se incluyen golpes, ridiculeces, risas, diálogos absurdos; actosen el mayor sentido de la palabra. En ellos no hay un yo que haga los movimientos, no existe el ego para el maestro que se burla y abofetea a su alumno. Así lo encamina hacia la liberación de su yo y abre la posibilidad del satori. Los actos no son el satori, pero este último libera al hombre de actuar por órdenes de un ego (por eso nos parece una paradoja). No puedo dejar de relacionar esto con el Maestro y el alumno en los versos de Acosta:
No hay ratón, sino todos los ratones del mundo, no hay nada, sino todas las cosas del mundo […]
Levanté la mano y concluí:
El mundo es todo lo que está libre del mundo.
Entonces me azotó setecientas veces su vara de ciruelo (56).
mírala cómo traza […] (vv. 68-72)
Sin embargo, todo lo anterior sólo es un apoyo. Mi único argumento favorable es esta situación con el maestro: “Arriba de nosotros los 33 dioses lloraban de risa. Por el ala de mi sombrero escurrían sus lágrimas”. Versos que sin duda recuerdan a Bashō . Sucede que el sabio es una figura universal. Independiente de su doctrina, el sabio disuelve las diferencias entre pensamientos y actos. Para él vivir es reflexionar y el conocimiento se dilata en acciones. Sea Zen o confuciano, el Maestro que introduce Acosta está más allá de ese lenguaje del Ser. La inclusión del sabio en el poemario se explica de esta manera: Acosta maestro es todo lo que Acosta alumno quiere ser. Este último jamás comprenderá al Maestro porque es poeta y está atado a las palabras con sentido vital, una cárcel del verbo. Esto pinta el panorama principal del poemario: la poesía no es ni reflexión filosófica (pues está más allá de ella), ni encantos del Sabio (pues va detrás de él). La poesía sólo tiene las palabras, como el lenguaje tiene sus signos y la Nada a sí misma. El Maestro posee la verdad del Vacío pero su conocimiento es un lugar al que el poeta no puede ir y sólo sucede que: “me enseñó el insaber/ a punta de porrazos”. Por otra parte, las rutas de la filosofía sólo se niegan a sí mismas y no conduce a nada para los versos, poesía congelada en un monólogo sin oyentes donde: “sé que cada palabra merece un bofetón en el hocico”. El Maestro se los da ciertamente.
Se me ocurre otro ejemplo: veo como si Pessoa discutiera con Alberto Caeiro bajo la sombra de un árbol. En esta circunstancia, al igual que Acosta, Alberto es todo lo que Pessoa desea ser, sólo que Acosta parece ser un Pessoa resignado a ser Pessoa. Ni Acosta monólogo, ni Acosta sabio, sólo queda el Acosta poeta. El poeta escoge su Nada, su corazón levanta una Nada: nada más que palabras. Así, el corazón se vuelve a expresar:
Vine a este papel
nada más a escribir
[…]
Nunca para alguien más
nunca para uno mismo escribir […]
desprovisto de voz, en medio
de palabras (79-82).
La condecoración del poema por una vía purgatoria. Los problemas del pensamiento o las dificultades de la vida no pueden ser resueltos en los versos. La poesía deja limpia todas las cuestiones y las presenta a su creador y a los lectores. Es vanidad o atrevimiento encargar al poema cosas imposibles. La experiencia humana queda retratada sin añadir o modificar una cosa. Acosta ilumina las cuestiones en movimiento, eliminado la posibilidad de respuesta. La tradición de la poesía moderna dejó de versificar las soluciones del hombre y planteó el terreno donde el silencio fuera la única respuesta viable, porque la poesía sólo puede cultivar el silencio, un espacio donde se dispara una pluralidad de significados cuya única relación son los signos del texto. El poeta deja que las palabras por sí mismas den sentido al Sery la Nada, Sery Nada como un mismo momento que se desvanece. Todos los significados y ninguno se presentan en la lectura. Acosta representa y continúa esa tradición, por lo que toca al lector escoger sus Versiones del vacío.
Acosta, Javier (2019). Versiones del vacío. México: Bonobos.
Luis Mario Carmona Márquez

Ha participado en diversos congresos: en el Congreso Nacional de Estudiantes de Literatura y Lingüística (Guadalajara, 2019) y (Zacatecas, 2020); en el XIV Coloquio Nacional de Literatura “Efraín Huerta” (Guanajuato, 2019). Ha sido y es el secretario general del Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes “Jesús Gardea” (ENEJJG), del periodo 2019-2020. Posee una publicación en la revista Leteo.
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