Cuarto número

La ablación de la significación

Cuerpos heridos, deseados, acariciados, torturados, manipulados, retratados, observados, controlados, examinados, objetualizados, históricamente; y sin embargo, existe la sensación de que un velo encubre su materialización, la impresión de que una veladura oculta las formas mediante las cuales hemos configurado la materialización del cuerpo, a tal grado que damos por sentado dicha materialidad, sin cuestionar su génesis; una veladura que oculta las formas en que hemos disciplinado el cuerpo, los patrones estéticos en los que lo hemos encorsetado, la sexualidad y la violencia que lo regula socialmente, y la forma en que desde la disidencia o la protesta se ha intentado reconfigurar justamente esa materialización. El texto de Margo Glantz, «Palabras para una fábula» (Zona de derrumbe. Editorial Beatriz Viterbo, 2001)1, parece intentar rasgar esa veladura.

La narradora que acude a practicarse una mastografía experimenta una dación fenoménica al estilo sartreano. Mientras espera angustiosamente su turno para la tortura de los aparatos y las enfermeras, su propio cuerpo aparece como algo íntegramente psíquico, un ser-para-sí, en tanto que su ser-para-otro, la mujer-seno en la que le han reducido, es tratada como un objeto en un bodegón de Zurbarán, trozo de carne en medio de frías placas de metal, tejidos y músculos y huesos, puestos bajo la mirada clínica y médica, puestos a magullarse contra el metal. Pero de inmediato esa experimentación (el cuerpo como experiencia) pronto parece saltar a la evidencia de que la narradora, convertida en unos pechos enfermos (o posiblemente enfermos) se traslada a un lugar donde el poder, en su forma moderna, opera a diestra y siniestra. Como decía Bárbara Kruger, el cuerpo como un campo de batalla, Your Body Is a Battleground.

Tener o no tener los pechos normales es la forma en cómo la clínica ejerce un biopoder sutil, evasivo, productivo. El biopoder produce el seno enfermo, el seno canceroso, el seno que habrá que cortar, así como las propias formas para hacerlo; y al mismo tiempo, el falso seno, la prótesis que lo reemplazará, el implante de silicón, los procedimientos quirúrgicos. Pero si se deja de hablar del cuerpo como un producto de la cultura (conjunto de técnicas, tecnologías y discursos) como lo hace Michael Foucault, y el interés se desplaza hacia las prácticas corporales, se puede huir del fisicalismo y del fenomenalismo, y captar el cuerpo en su multidimensionalidad. Porque un pecho, precisamente ese pecho y no otro, puede ser entendido como una idea, el pecho como idea, pero ¿cuál pecho?, este, este que se puede palpar.

El proceso mediante el que ocurre la materialización del cuerpo según Judith Butler es producido mediante efectos discursivos, prácticas corporales y cierta performatividad. Por ejemplo, el pecho que nutre al bebé es producido mediante la lactancia misma y no antes, no después, por una performatividad del amamantar. Pero la materialización está en relación con la significación. Las palabras significan aquello que los sujetos que dominan o mandan han decidido que signifiquen, como reza la sentencia apodíctica de Humpty Dumpty, criatura de Lewis Carroll (Glantz, 178) inspirada al parecer en una vieja canción inglesa. Por eso a la narradora de Glantz le cuesta tanto trabajo escribir en su computadora lo que quiere materializar. Se ve obligada a maltratar el texto, a magullarlo también. Un huevo que una vez que se cae desde el filo de un alto muro, nadie puede ayudarlo a reunir sus partes en una unidad, en un todo. Así parece funcionar la significación, una vez fragmentada en muchos discursos es imposible reencontrarla entera, como algo único. Quizá sólo como algo hologramático. Así, las palabras, las enunciaciones, que se han dicho respecto al cuerpo, no significan algo en sentido estricto, sino que producen sentido y ese sentido no es unitario. Quizá el mismo cuerpo no es una unidad ni una totalidad, no es un estado de cosas sino un acontecer, un devenir.

Así como apareció la figura de la mujer-útero, a partir de un reduccionismo ideológico, el texto de Margo Glantz parece poner de relieve una mujer-seno, o mujer-mama o mujer-pecho que es producida por múltiples discursos, desde el médico (la literatura especializada y la práctica médica), el mediático y estético (la revista Vogue, las fotografías de Marilyn Monroe), el publicitario y mercantil (las marcas de sostenes y accesorios), el propagandístico (la promoción de la lactancia materna) y hasta el religioso (la iconografía en donde el niño dios es amamantado). El cuerpo aparece entonces como una complejidad, como un continuo entre biología y cultura, y cuya dermis, como la dermis de un texto, estaría surcada por incisiones, cicatrices y marcas, que un discurso operacional inflige sobre él; por ejemplo, las connotaciones sexuales y maternales.

Cuando se impone un determinado discurso, que se asume como corrector incuestionable, corrector incorregible, surge una especie de dictadura de la significación que intenta hacer castigar las palabras que amenazan con ser inestables. Las palabras resultan sospechosas si de pronto pueden abandonar sus antiguas significaciones y/o producir nuevas. La metáfora del corrector del Word que subraya las palabras “incorrectas” en color rojo, es en Glantz una forma de contrapuntear la narración para hacer evidentes las otras formas enunciativas dictatoriales que aparecen, formas de leer o de incidir en el cuerpo, mediante las cuales se intenta establecer una significación única y por lo tanto también una forma de materialización única. Quizá es lo que Glantz refiere como “Una cocina del texto”. Pero el cuerpo que sufre una ablación y el texto corregido por un dispositivo son sólo metáforas de otra operación, la de la materialización misma, en donde algo aparece como corregible, curable, etc. De ahí, sólo un pequeño salto a la violencia. Las palabras chillan como putas, ¿sólo en México se da esa violencia machista? Falocentrismo2 que recuerda el logocentrismo de cualquier índole, discurso que se asume como única pluma, único bisturí. La superficie del texto está llena de cicatrices, las inscripciones de la pluma, del lápiz-bisturí, que en lugar de escribir busca penetrar en el tejido blando de la escritura y disolver sombras grisáceas de inestabilidad en los significados. Las palabras sin y con anestesia, las marcas rojas en el cuerpo textual, el corrector ortográfico, las palabras inexistentes que se deben agregar al diccionario del software para que ya no se ruboricen. Palabras como Mastografía, Mamografía, Mastectomía, una regularización violenta del diccionario (ese gran burdel). Significación que vigila y castiga. El mirón qué observa el cuerpo femenino donde falta un pecho, ¿qué siente?, ¿asco?, ¿horror, ¿deseo? Después de todo, un pezón está siempre “sujeto a las lesiones, a las herencias, a los genes, a la devastación, a la náusea y, por fin, a la muerte”.

El mirar y lo mirado, inscribir y lo inscrito, el mamar y lo mamado, performatividades que apelan a cierta recursividad. ¿Qué implicaciones tiene la ablación de la significación? En el biopoder del que habla Foucault, las prácticas corporales son entendidas como sistemas de acción, habitados por el pensamiento. Así la técnica del amamantamiento o la cosmética del cirujano, o la correcta forma de diagnosticar o de usar una prenda de vestir, son entendidas sólo si se considera que tienen un carácter sistemático, de saberes, de poderes y de éticas, que, a través de los discursos, forman subjetividades. Por eso las tecnologías del Yo, incluyen la salud, la higiene, la natalidad, la longevidad, temas todos ellos incluidos en la narración de Glantz.


[1] Glantz, Margo. «Palabras para una fábula». Zona de derrumbe. Buenos Aires: Beatriz Viterbo Ediciones, 2001. 151-190.

[2] Esta palabra el procesador de textos Word la marcó con rojo, por “no existir”.

Eduardo Sabugal

Eduardo Sabugal Torres

(Puebla, Puebla, 1977). Escritor de cuento y ensayo. Maestro en Lengua y Literatura Hispanoamericana. Catedrático en la coordinación de Filosofía y Literatura y en la de Ciencias de la Comunicación, en la Universidad Iberoamericana Puebla.

En 2010 la Secretaria de Cultura del Estado de Puebla publicó su primer libro de cuentos Involuciones. Su segundo libro Liquidaciones se publicó en el 2012 en el Fondo editorial Tierra Adentro (CONACULTA). Ganador en 2014 del 14vo Concurso Nacional de Cortometraje del IMCINE. Es productor de radio, y colaborador de varias revistas dedicadas a la crítica literaria.

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