Cuarto número

Apuntes desde el ayuno: Luis Mendoza Vega

Cicatriz: Concierto de voces insepultas en el insomnio de la memoria.

Esther Seligson


(2 A.M.)

El hambre es en mí un mecanismo descompuesto. Como dijo Rosario Castellanos, a uno le enseñan estos procedimientos, estas formas de accionar ante la mínima provocación del Otro.

(2:09 A.M.)

El Otro que alimentamos y nos alimenta. Porque habría que resaltar esta forma de vernos incompletos todo el tiempo, esta disponibilidad a los extranjeros que determinan o demandan un espacio en nuestra mesa o, en este caso, en las entrañas como una forma orgánica del parásito.

(2:24 A.M.)

Hay un ejercicio desde fuera que exige posturas de incomodidad y de alteración en las emociones o en el cuerpo mismo, se sabe de antemano, una necesidad innata de que nos alquilen.

(2:33 A.M.)

Por ejemplo, el hambre es en mí una idea que se instala de forma caprichosa. Ese deseo como un hijo malogrado, como un hijo que se premia con comida o, más bien, como un prisionero que se alimenta por piedad o por lástima.

(2:38 A.M.)

Si el alimento nos mantiene en la vida, entonces, también nos entrega a la muerte. No comer detendría el cauce de esta pulsión.

Existe siempre una porción de tristeza puesta en el plato.

(2:43 A.M.)

Sin embargo, uno puede olvidar comer, pero más tarde la falta es saldada (¿devorándola o devorándonos?) casi por culpa: el olvido es otra cuestión de intereses.

(2:50 A.M.)

Puedo considerar, entonces, al ayuno como una forma de estar consciente. Una claridad que todo inunda como un fósforo encendido cayendo en el pozo oscuro.

(3 A.M.)

Estoy sentado solo en una mesa reservada para dos. Hace días que despierto a esta hora creyendo en el hambre que me anuda al cuerpo, que no logro calmar con las dos tazas de manzanilla porque mi madre dice que es ansiedad, vieja manía de niño con la que busco algo que ni yo reconozco: un saberme habitado por cualquier vestigio diurno para iluminar la noche, la oscuridad de mi estómago.

Para sentir al padre, diría más tarde el primer terapeuta.

(3:15 A.M.)

Pero mi padre duerme en la habitación continua, existe, no tengo duda.

Y, a pesar de ello, no hay sino este pan que desborono por amargo, este minuto insípido de cordura en que no hallo árbol en pie, sino un rostro por desierto: una mesa bien plantada a la mitad de la cocina, horizontal reposo de la insatisfacción.

(3:20 A.M.)

El hambre como un mueble mal situado en la casa de mis padres.

(3:24 A.M.)

De niño solía escabullirme por las noches buscando algún aperitivo. Cuidaba que del refrigerador ningún sonido llegara hasta el oído de mi madre. No obstante, en cierta ocasión, ella me atrapó. Tuve que decir que había un hombre hambriento debajo de mi cama. Mi madre ingenua, por supuesto, me creyó y dejó que disfrutara el botín del robo.

Sin embargo, no existía tal hombre debajo de ninguna cama. Era mi padre diciéndomelo en una pesadilla.

(3:35 A.M.)

No tengo hambre, repito, no tengo hambre, vuelvo a decir, tengo hambre, me traiciono, así que comienzo de nuevo: el hambre es el hombre.

(3:56 A.M.)

Miro la amplitud de la mesa: observo el mantel desgastado por los meses, los huecos por un detergente barato, mi mano siguiendo los contornos de los anillos: uno por cada año del árbol, leí en un artículo, la madera tiene memoria. Pero sólo señalo un recuerdo, el mismo que sigue y sigue hasta un quiebre, una intervención que disloca a otro hasta redondear toda la mesa: abarco, entonces, toda mi hambre en un solo movimiento, en un salto soy yo el círculo, la vacuidad, mi vacío, mi ayuno voluntario de presencias.

(4:10 A.M.)

Y apenas mirar, dudar, no de la imagen, sino del ojo, del cuerpo, de lo que uno sabe por una simple casualidad de vivir: nada relevante, es más, uno no ha hecho la gran labor hasta que cree en las posibilidades del ahora: creer en la idea de la pluralidad del hombre, una especie de relaciones que una esto con el otro. Habitar una especie de caleidoscopio, el instante mismo de la mirada: la mesa y su pulcritud de bandera blanca, la mesa y su posibilidad de bufet, la mesa y su inutilidad por tan vacía, la Cena de Cristo, la Tabla Redonda, “la tabla sagrada, bien guardada” del Corán, la mesa astilla, el pino cuadrado de Góngora, la mesa de mi saciedad.

(4:25 A.M.)

¿Con cuántas cosas se relaciona una mesa, una tabla, un objeto que sirva de comunión, de contacto entre los hombres, de ternura, de hambre?

Bien pudo Abraham sacrificar al hijo sobre esta piedra y bien pudo el ángel no llegar a tiempo. Y bien pudo Issac ser festín de este ritual nocturno.

(4:30 A.M.)

Supongo que mi único placer es la insatisfacción.

 (4:44 A.M.)

Mi padre recorrió el desierto para cumplir un sueño, una vieja profecía americana, me contó mi abuela.  

¿Tanta sed y hambre para cruzar la noche? Dije para mí mismo.

(4:53 A.M.)

Que no duermo, que el hambre me ha carcomido las entrañas: estoy hueco. No llevo más carga que este instante en que respiro. El ayuno me ha drenado hasta los ojos o será la quietud la que me vacía o me llena. Me siento ligero: llama, aire, agua, polvo. Si de luz carezco, escribió San Juan de la Cruz; qué plenitud la del ojo, entonces, porque no me verá morir, pues de tan harto ha clausurado las paredes de mi cuerpo.

(5:09 A.M.)

El hambre es un error, dicen, uno no debe dormir con ella. Y, sin embargo, qué es el deseo sino la hambruna. Comer atendería a la satisfacción del vacío, del hueco, anularía cierto erotismo, cierta ansia, sentirse habitado, compenetrado uno y otro.

¿Y después de comer qué?; ¿la gula? ¿Y después del ayuno qué?; ¿más deseo?

(5:30 A.M)

¿Qué es el verso sino un mueble, una puerta abierta? ¿Qué es la mesa sino el cielo, el aire fresco casi marítimo, el blanco desbocado? Un verso y una mesa tienen semblante de sagrado, de Dios: el ayuno es un camino alado, allí las piedras son pájaros. 

(5:50 A.M.)

Digo que estoy solo, sin apóstoles ni caballeros circunscribiendo la mesa. Digo también que el hambre es síntoma de las dificultades, de cierta ausencia, el cuerpo pidiendo un contacto, un roce minúsculo que le niegue su estar satisfecho. El ayuno es un rito de purificación, de abstinencia, de cultivar el vacío desde dentro: es la ranura, la disponibilidad. Ayunar es el deseo de lo sagrado. Todo místico acude al hambre, ansia de ser ungido por otro, de nutrirse de un gesto divino, de la ternura; quiero decir que toda hambre es el inicio de una ascensión.  

(6 A.M.)

Estoy sentando solo en una mesa reservada para dos y el hambre que no llega, dudo al vuelo del plato vacío porque olvidé desencadenar pájaros del cielo.

Luis Mendoza Vega

Luis Mendoza Vega

(Otatitlán, Veracruz, 1999). Es estudiante de la licenciatura en Lengua y Literatura hispánicas por la Universidad Veracruzana. Forma parte de equipo editorial de la revista literaria Tintero Blanco.

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