Tercer número

Tres apuntes sobre la poesía de Salvador Gallardo Topete, el hijo y su permanencia: Ilse Díaz Márquez

Nunca llega a poder comunicarse la experiencia de amistad entre dos personas a un tercero; de manera análoga, la experiencia de lectura de un poema resulta igual de incomunicable. Digo esto en un lugar sobradamente humilde frente al de todos los críticos de la literatura que han dedicado su vida a interpretar los textos, pero me resulta necesario afirmarlo ante el autor del que hablo, pues corro el peligro de terminar haciendo un análisis formal de sus poemas, lo cual podría ser adecuado en cierto espacio, pero no alcanzaría a expresar lo que implica, en el terreno de la vivencia, revisitar la obra poética de Salvador Gallardo Topete. Me aventuro entonces por un camino alterno que al menos me parece más sugerente: quisiera hablar acerca de las ideas sobre el trabajo poético que Gallardo Topete, el hijo, dejó traslucir en reiteradas ocasiones. Tampoco soy tan ingenua como para pensar que dichas ideas puedan explicar su obra; más bien me gustaría que los tres breves apuntes que dejo aquí, puedan servir como indicios para que ustedes, lectores, encajen las piezas y alimenten su lectura:

I. La tradición hispánica

Aunque fueron varias las tradiciones que tuvieron un lugar en la conformación del trabajo poético de Salvador Gallardo, la poesía española ocupa sin duda un sitio fundamental. Gallardo Topete fue a lo largo de su vida un apasionado lector de los poetas del Siglo de Oro y de la Generación del 27. Con el Romancero gitano iniciaba siempre la enseñanza del género lírico en sus clases en el Bachillerato de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, con las imágenes de Góngora aguzaba la imaginación y con las coplas de Alberti ejercitaba el oído. Lejanísimo a un pretendido casticismo que ciertos poetas “de élite” profesan, Gallardo Topete no se cansó nunca de declarar que la tradición hispánica no nacía con la modernidad renacentista, sino que se remontaba al pasado árabe y judío de la Península Ibérica. De allí su amor por las jarchas medievales con sus voces femeninas en constante queja por la ausencia del amado, así como por los versos escritos en los palacios musulmanes, pletórica de jardines y de placeres. De allí también su hipótesis de las dos vertientes poéticas que arraigadas en el esplendor del Califato habían sobrevivido hasta el siglo xx: una era la veta hispanoárabe, con su refinamiento y su artificio, cuya belleza es comparable al arte de los alcázares reales, que alcanzaba al surrealismo de Lorca pasando antes por las complicadísimas metáforas del barroco; la otra era la vertiente hispanohebrea, despojada de exageraciones, arraigada a la tierra y preocupada por los conceptos, que encajaba con la agudeza de Quevedo y también con el canto desnudo de hombre de campo de Miguel Hernández. No vale ahora discutir la pertinencia académica de esta propuesta: como veremos, para el poeta no valen las complicadas conjeturas del teórico, puesto que su impulso nace de un sitio muy distinto. Lo que sí resulta incontrovertible es que ese mundo de la poesía hispánica se manifiesta en ciertos poemas de Gallardo, especialmente en aquellos donde la copla y la canción popular se hacen presentes.

II. La poesía y su impulso

Nunca interesó a Gallardo Topete ser un académico en el sentido tradicional del término. Fue sin embargo un académico de acuerdo con su propia definición, y por ello supo acercar a muchas generaciones de adolescentes a los rudimentos del arte literario; resulta difícil imaginar una manera más sincera de lograr esa convergencia, que hoy la universidad tiene tan extraviada, entre el trabajo intelectual solitario y la incidencia del pensamiento en las dinámicas colectivas. Me corrijo entonces: no es que a Salvador Gallardo Topete no le interesara la teoría, más bien es que para él esta sólo podía surgir de la práctica, de la elucidación de la experiencia; la explicación más diáfana al respecto es la que solía dar cuando enseñaba la métrica: ya que la poesía es ante todo música, sonoridad, ritmo, la sistematización que la preceptiva hace de los elementos fónicos que conforman el fenómeno poético sólo llegará a comprenderse a través de la escucha atenta, del interés en los acentos, de la entrega a la cadencia de los patrones rítmicos, y no aprendiendo una fórmula que luego quiere aplicarse pero no llega a sentirse. De igual modo, en el nivel de los tropos, el poeta, lector privilegiado, ha llegado a internalizar de una manera tan profunda los mecanismos retóricos, que al momento de la creación será capaz de hacer uso de ellos sin necesidad de recurrir a instrumentos teóricos —a menos que así lo quiera—, incluso de manera inconsciente.

Por otro lado, aunque la trampa de la racionalidad lo mantenía alerta, tampoco Gallardo estuvo nunca de acuerdo en colocar el origen del impulso poético en un estado de inspiración cercano al misticismo —quizá tenga esta visión mucho que ver con la autodefinición que lanza en uno de sus versos, donde se llama “ateo irredento”. Si bien hay en la escritura poética una parte intuitiva, no se le puede dejar todo a la iluminación, así como tampoco llama la tibieza de un poema que, de tanto buscar la pulcritud en la expresión, deja de lado lo visceral. Así, la poesía se constituye como búsqueda humana, mucho más afincada en la finitud y en el sentido trágico de la existencia, a la que aun así ansiamos desesperadamente, pues es preciso vivir la vida, con todos sus rostros; así escribe en uno de sus últimos poemas: “Porque es preciso que el dolor muerda / con sus fauces hediondas de lagarto / para que nos sepamos vivos aún / aún sufrientes de carne envejecida”.

III. El compromiso social

La postura política de Salvador Gallardo Topete fue siempre de izquierda, y estuvo constantemente del lado de los menos favorecidos, sin embargo, con excepción de un par de poemas dedicados a Nelson Mandela en su liberación, no escribió más poesía que pueda considerarse de tipo social. Considero que esta elección tiene que ver sobre todo con la ya señalada concepción de la poesía como contenedor de la experiencia humana más allá de dogmas o ideologías, concepción formulada también colectivamente junto a sus amigos del grupo Paralelo. No obstante, no se trata de evadir la realidad, con la cual el poeta, de hecho, mantiene un hondo compromiso, pues no puede desarraigarse de su tiempo. Para Gallardo Topete nuestro tiempo era definitivamente adverso, injusto, corrupto, pero nunca desesperanzado. En él la poesía tomaba su lugar como respuesta igualmente radical a las lógicas y los mecanismos de dominación que nos acechan y nos alcanzan diariamente. También por eso, y porque su reflexión sobre la poesía no quedaba aislada en lo abstracto, consciente de que la actividad literaria está ligada al mundo de la política, del consumo, de la institucionalidad, Gallardo Topete renunció de manera voluntaria al encumbramiento continuamente cuestionable que dan los premios, la centralidad o la pertenencia a determinados grupos. Como señala Salvador Gallardo Cabrera, al presentar la edición de la obra poética de su padre, este nunca dejó de escribir, y el afán de reunir su obra lo ocupó en su estudio durante los últimos años. De este modo, la escritura literaria nunca se subordinó a la fama ilusoria, pero tampoco se dirigía hacia el ascetismo o hacia una falsa pretensión de anonimato, al deseo de que se le reconociera como un poeta auténtico, comprometido con su época, pero nunca sujeto a lo que dictaba el canon oficial.

Existe la posibilidad de que la obra literaria sólo quede concluida al momento de leerse; eso implica que el texto no concluye una vez, sino que su cierre se va multiplicando con cada lectura. De ahí su permanencia. No se me ocurre una mejor forma de atender a la lección poética de Salvador Gallardo Topete que ejerciendo esa actualización, acudiendo a sus versos. Que su poesía siga presente entre nosotros.

Ilse Díaz Márquez

Ilse Díaz Márquez

Estudio Letras Hispánicas en la UAA y en la Universidad de Almería, España. Tiene Maestría en Filosofía e Historia de las Ideas por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Se desempeña como profesora en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Fue ganadora del premio universitario de poesía “Desiderio Macías Silva” y del premio universitario de narrativa “Elena Poniatowska” en el 2006. Ha sido becaria dos veces del Fondo para la Cultura y las Artes. Es autora del libro De minotauros y mujeres que duermen (ICA, 2010). Además ha publicado cuento, poesía y ensayo en revistas locales.

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