Tercer número

Sobre Rubén Bonifaz Nuño: Comentario de David Huerta

Creo que comencé a leer a Rubén Bonifaz Nuño hace más de medio siglo. Lo admiré y lo admiro enormidades como poeta, desde luego; pero también me gustó mucho —y solía citar pasajes que sabía de memoria— su prólogo a los cármenes de Catulo. Sus libros estuvieron conmigo largos años; en realidad nunca los he abandonado pues puedo leerlos ahora en el tomo de De otro modo lo mismo, que es para mí el libro canónico de Bonifaz. Cuando leí la selección que aparecía de él en la antología Poesía en movimiento, reviví mis primeras lecturas de esa obra y juzgué que la selección estaba muy bien hecha, es decir: coincidía en términos generales con lo que yo pensaba, con lo que recordaba.

Hace unos años, Juan Villoro me invitó a un homenaje que se le hizo a Bonifaz en El Colegio Nacional y participé en esa mesa con un texto que titulé sencillamente “Los versos de Bonifaz Nuño”. Se lo dediqué a Enrique Guadarrama, con quien había tenido conversaciones muy animadas sobre el poeta.

Leo a Bonifaz y pienso en Ovidio, en Garcilaso de la Vega. Pienso también en Neruda. Leo los eneasílabos de Darío y recuerdo a Bonifaz. La red que va entretejiéndose es la de mis lecturas de poesía y en ella está Bonifaz, casi en el centro, lanzando líneas de luz y sombra en todas direcciones.

Una vez vi una entrevista que le hicieron en la televisión, creo que en el canal de la Universidad Nacional. El entrevistador estaba nervioso o así me lo pareció; en todo caso, era un tipo extremadamente serio que hizo la introducción a la entrevista con un discurso pomposo y después procedió a lanzarle a Bonifaz la primera pregunta, muy solemne: algo así como una petición de autorretrato. “¿Quién es usted, maestro Rubén Bonifaz Nuño?” Supongo que el señor esperaba que Bonifaz le dijera cosas muy profundas sobre la tradición grecolatina, o sobre su pasión poética. Pero Bonifaz lo miró con los ojos entrecerrados, hizo en gesto como de quien toma distancia y le dijo con una semisonrisa socarrona a aquel pedantón: “Yo soy un peladito, nada más”. El tipo se desinfló en ese momento para no volver a estar seguro de nada a lo largo de la entrevista, que Bonifaz llevó a su antojo.

¿Se acuerdan de Garcilaso? He aquí el pasaje del que, me parece, sale una porción grande de la poesía de Bonifaz:

El desigual dolor no sufre modo;
no me podrán quitar el dolorido
sentir si ya del todo
primero no me quitan el sentido

El “dolorido sentir” garcilasiano se enciende en las calles del Centro Histórico de la vieja ciudad mexicana que Bonifaz ha sabido habitar con una pesadumbre gloriosa e irradiante.

Pienso en Rubén Bonifaz y se me viene a la cabeza la frase técnica “trímetros yámbicos acatalécticos”, que es una criatura fantástica que me fascina, y casi al mismo tiempo veo la hermosa cara arrugada (“como de cama deshecha”) del gran W. H. Auden. La misma pasión por la profundidad formal, por la Hidra de los Versos, por la acentuación y la cadencia prosódica anima al inglés Auden y al veracruzano Bonifaz. Una maravilla y una lección continua.

He aquí eneasílabos de Bonifaz en los que también encuentro la huella de Garcilaso, en particular del principio del Soneto Quinto (“Escrito está en mi alma vuestro gesto…”):

Algo en mi alma se parece
a ti. Eres tú, no puedes irte
del todo, amiga, aunque te vayas.
Como almendra del fuego, o núcleo
maizal del aire, estás conmigo
dentro de mí, para quedarte.

Recuerdo a Bonifaz, sin embargo, por estos versos que ya están integrados en mi metabolismo literario, que es el mismo de la biología:

Nadie sale. Parece
que cuando llueve en México, lo único
posible es encerrarse en guerra mínima
a pensar los ochenta minutos de la hora
en que es hora de lágrimas…

No es nada especial que lo recuerde por eso. Muchos lo recuerdan también por el mismo pasaje. Es una especie de chamán de la tribu y esos versos son un talismán.

De la Ciudad de México a La Valenciana, en Guanajuato

1 de marzo de 2020

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