Un ala desfogada: El Telémaco de Los Contemporáneos
Entrevista a cargo de Gabriel Reyes
Durante su visita a la ciudad en la celebración de la 61 Feria del libro de la Universidad de Guanajuato, Evodio Escalante —con su cordialidad característica— accedió a charlar con nosotros sobre las particularidades de la vida y obra de uno de los autores pertenecientes al grupo de los Contemporáneos. En el curso de la entrevista no sólo aprendimos qué mecanismos subyacen bajo la lírica de Enrique González Rojo, sino que conocimos al buen lector que hay detrás del crítico y poeta Evodio Escalante. Su habilidad para lograr asociaciones inusitadas entre diversas lecturas y conocimientos, le hicieron merecedor en el terreno de la crítica de galardones como el Premio de Crítica Literaria Guillermo Rousset Banda; característica que, unida con un rigor intelectual, hace de su conversación una llena de referentes literarios y no literarios, constelada de anécdotas —imposibles de recoger en su totalidad— y singularidades de tal o cual obra. Con un libro bajo el brazo (que el uso y el tiempo han maltratado) se dispuso a contestar nuestras preguntas.
¿Por qué cree que de pronto hay un olvido hacia Enrique González Rojo (esta figura de los Contemporáneos), olvido que parece que se ve propiciado luego de su muerte?
Es una buena pregunta porque de alguna forma casi se podría decir que tenía cierta prioridad entre ellos, al menos la puede uno adivinar, su aspecto selectivo es que era hijo de González Martínez, el poeta vivo más importante de México en un momento dado. Yo imagino que González Rojo debió tener un papel clave porque algunos de sus compañeros escritores (los que agrupamos hoy bajo el término de Contemporáneos) le llevaban a don Enrique sus textos para pedir su bendición. Es una incógnita entonces el porqué se perdió, la primera respuesta muy obvia es su muerte prematura, o tal vez fue mala fortuna editorial. El poseer un libro en donde se reúna el trabajo escritural de toda una vida es una forma de tener presencia, pero creo que no lo hubo.
¿Qué hay de la edición que realiza Jaime Labastida?
En realidad, esta edición esa hecha por Rousset Banda en una editorial que desapareció ya: la editorial Domés. Se trata de un personaje muy peculiar, por no decir extraño, era comunista y era muy amigo de José Revueltas, no sé si lo sabías. También muy cercano a Enrique González Rojo hijo, todo un teórico del marxismo, además. Un día, por venganza, descargó la pistola sobre la puerta causando la muerte del amante de su mujer, acto que causó que lo encarcelaran. Tradujo con toda certeza textos de Ezra Pound, había una edición que él mismo hizo de Personae. Tenía ciertas ideas sobre lo que es la traducción, por ahí encontré un libro suyo en donde explica la teoría poética. No digo que me convenza del todo, es un personaje interesante. Pero… ¿por qué lo mencioné? … ¡Ah sí! Jaime Labastida un poco oportunistamente toma este libro (desaparecido ya), recoge el material y lo publica en Siglo XXI. Nada más que él aparece como coautor; ahora bueno: lo que ocurre con esta edición es que es relativamente reciente.
El caso del autor parece ser similar al de Jorge Cuesta.
Es cierto, el “Canto a un dios mineral” se publicó en el cuarenta y dos o cuarenta y cuatro, no recuerdo del todo, y es una publicación póstuma; pero no se había reunido todo su material. Ese es, creo yo, un paso decisivo: si no hay un libro muchas veces viene el olvido.
En su artículo de investigación titulado “En búsqueda del texto perdido” mencionaba un rasgo interesante en uno de los poemas de Enrique González Rojo, un efecto estilístico que hace particular la sonoridad del verso: la heterotonía. ¿Podría hablarnos más sobre esto?
Yo eso se lo aprendí a Rousset Banda alguna vez platicando con él, porque él comenzó a hablarme del verso heterotónico, así en una charla de café. Y bueno, se me quedó grabado, habría que estudiarlo, pero me quedé yo pensando que quizá el verso heterotónico era —en cierta medida— el equivalente a lo que sería la música dodecafónica en la música clásica (o sea porque la dodecafonía pues busca complicar o volver más complejo el tejido de las notas). Es una gran ruptura la que realiza Schönberg, porque la música occidental todavía hasta Beethoven o hasta después de él, con los románticos y todos los que vienen luego de ellos, es de carácter tonal, es decir hay en ella una nota o escala dominante. Esta escala dominante la puedes combinar, buscar una escala u otra escala, pero siempre regresas a la tónica, el que comienza a romper con eso es Wagner porque empieza a ser muy sutil la melodía; de modo que ya no sabes si esa melodía está en si bemol o está en sol. En realidad, la dodecafonía es un resultado lógico de lo que hizo Wagner, es decir una especie de radicalización. Bueno esa es la analogía que a mí me surge.
¿Cómo se acopla esta idea con la musicalidad dentro del poema?
Habría que hacer una consideración sobre la rima, es un instrumento precioso para hacer que funcione bien un poema, pero no siempre porque existen también las que son cacofónicas, vaya: un exceso de rima o una rima desgobernada. El asunto es que el poeta debe tener un control sobre la armonía musical. Si decide escribir endecasílabos y que tengan rima pues perfecto, pero a veces puede haber una especie de sobreabundancia que echa a perder el efecto, paradójicamente en lugar de sonar bien llega a sonar mal. Entonces el verso heterotónico es una búsqueda de máxima variedad tonal dentro del verso. Yo lo explicaría así: normalmente un endecasílabo posee tres o cuatro sílabas acentuadas, entonces el acento puede caer en una “a”, una “o”, u otra vez en una “a”. Y eso puede sonar bonito, o al revés ¿no? Bien puedo evitar una musicalidad tan obvia y buscar una más enrarecida, más sutil, entonces puedo quitar esa “a” y colocar en su lugar una palabra cuya sílaba tónica recaiga en una “e” por ejemplo. Consistiría entonces en que los acentos dentro de un verso caigan en una vocal diferente, claro que sólo existen cinco de ellas: a, e, i, o, u. He ahí la dificultad de su realización. Digamos, según lo que percibo, que el final de “Estudio en cristal” es un verso heterotónico: “Como el espejo en que me miro el alma”. ¿Lo percibes? Allí hay primero una “e”, luego una “i” y al último una “a”. Yo dije hace tiempo, habría que considerarlo, que noto cierta tendencia de este fenómeno en algunos instantes de este poema, no es que todos sus versos sean de esta naturaleza. Creo que en el primero de ellos sí hay una repetición de vocales.
“Agua profunda ya, sola y dormida”. Es cierto, ahí hay una doble “a”. Imagino que esta clase de versos son minoría en “Estudio en cristal”.
Qué bien que lo menciones, porque esto nos lleva a preguntarnos cuál versión del poema es la que manejamos. Aquí entra una discusión que yo sostuve en su momento, cuando apareció la edición, no la de Siglo XXI, sino la de la editorial Domés. Rousset Banda me invitó a que participara en la presentación de ese libro: la Obra completa de Enrique González Rojo. Eso fue hace muchos años en la sala Manuel. M. Ponce. Qué coincidencia, los presentadores éramos tres: Roberto Vallarino, que ya murió; Guillermo Sheridan, si no me falla la memoria; y yo. Entonces claro: ahí surge la polémica porque yo conocía el poema por medio del libro que traigo aquí, el Museo Poético de Salvador Elizondo, y cotejándolo me pareció que era distinto. El de Domés tiene, a mi juicio, más versos y algunos están cambiados. Esto ocasionó la disputa en la sesión, disputa que se puso algo tensa, he de decirlo. Sólo hay dos posibilidades entonces: Uno, que la versión larga sea la versión final y más completa (esta tesis es la que defendían tanto Vallarino como Rousset Banda); o dos, decir ¡no, señores! La versión corta es la versión final. Justamente uno de mis criterios para creerlo así es que aquí noto una cercanía mayor con el verso heterotónico. Ese era uno de mis argumentos mientras que el otro era que algunos versos me parecían más bellos. En cambio, algunos de los que recoge Rousset Banda no me producen esa impresión. Pero ese es un asunto por dirimir, no sé si valga la pena retomarlo…seguramente. Sí, en la crítica no existe —yo lo creo— una palabra final, hay que planear argumentos y tratar de encontrar una explicación.
¿Y será que este recurso puede estar presente en algún otro poema de los integrantes del llamado grupo Contemporáneos, u en otros poetas, digamos… en Octavio Paz?
¡Ah!, la verdad es que no me he hecho esa pregunta. Bueno, es que quizás es un refinamiento muy en la onda de Valery. Me lo sospecho…, me lo sospecho…, habría que ver, porque “Muerte sin fin” comienza con un verso en donde sí hay repetición: “Lleno de mí, sitiado en mi epidermis”. Que tan bien es un prodigio de musicalidad. Ahora: tampoco debemos hacer escuela de que un poema debe ser heterotónico para sonar bien. Yo considero que es una especie de perversión o de refinamiento.
¿Casi un ideal ¿no es así?
Sí, sí.
Jaime Labastida incluye esta composición dentro de la tradición de largo aliento, a la par de los poemas hechos por José Gorostiza y Jorge Cuesta, ¿qué opina usted de ello?
Yo opino que es correcta esa visión, siento que la línea que los une es su cercanía con lo que realiza el autor de “El cementerio marino”; aunque en José Gorostiza luego hay un cierto toque de barroquismo.
Ahora bien, antes de cerrar: es muy discutible ese afán de agruparlos bajo un concepto de generación a todos ellos. ¿De verdad estaban tan relacionados entre sí?
Es que se crean esquemas mentales que luego son difíciles de romper. A mí se me prendió un foco cuando leí una entrevista (muy antigua, por cierto), del mismo Enrique González Rojo. Me llamó mucho la atención porque uno pensaría que el grupo Contemporáneos está representado por su revista ¿no? Pero para él ese proyecto está chafeando, y está chafeando además por razones literarias; es decir, da a entender que es una revista ecléctica, que da de chile y de manteca, lo cual es cierto. O sea, porque digamos que la función de una revista literaria pues es representar una tendencia (una tendencia artística), y Los Contemporáneos no es exclusiva de ellos para empezar, porque ahí publican González Martínez y Alfonso Reyes; ¿qué tienen que ver ellos con la generación? Un hilo conductor dominante es la poesía pura, la idea del arte por el arte, pero el director de la revista, Bernardo Ortiz de Montellano, luego presenta una inclinación por escribir poemas mexicanistas. Entonces hay que tener en cuenta algo: debemos abrir un poco nuestro panorama, los Contemporáneos son más porosos de lo que parecen.
Un ejemplo de ello es que Enrique González Rojo explora también esa veta mexicanista en determinado momento.
Asume abiertamente temas locales. Si revisamos sus textos, veremos que canta a un héroe revolucionario (uno que es además un profesor de escuela) a través de estos ritmos que son más cercanos al corrido. Esto —creo yo— lo emparenta más con Ortiz de Montellano (de quien además era muy amigo), cuya escritura da importancia al folclor de la poesía indígena, vaya: hasta escribe poemas sobre el trompo. Yo creo que es más pertinente hablar de afinidades personales. Lo mismo ocurre con Xavier Villaurrutia y Salvador Novo. La novedad con éste es que viene de la poesía de vanguardia norteamericana, del imagismo; esta es una verdadera revolución que no hemos acabado de asimilar. Curiosamente los primeros poemas de Villaurrutia se vinculan también al imagismo (dada su cercanía con Novo), cosa que ya no es válida para los nocturnos, porque en ellos retoma esa influencia francesa. Entonces podemos hablar de afinidades, pero hasta cierto punto. Verás, cuando Ortiz de Montellano hace sus largos poemas sobre el sueño, lo hace bajo el influjo del surrealismo, mientras que González Rojo escribe bajo la noción de purismo en sus textos de largo aliento.
Le agradezco su participación… Hasta la próxima charla.
Evodio Escalante
(Durango, Durango, 1946). Ensayista, antólogo, crítico y poeta. Licenciado en Derecho. Obtuvo la maestría en Letras y el doctorado en la misma especialidad en la FFyL dentro de la UNAM. Fue director de Difusión Cultural de la UAM (1982 a 1985). Es profesor e investigador de tiempo completo en el Departamento de Filosofía de la UAM-Iztapalapa. Ha colaborado en Casa del Tiempo, La Cultura en México, suplemento de Siempre!, La Gaceta del FCE, La Jornada Semanal, Proceso y Sábado. Coordinó la edición crítica de José Revueltas: Los días terrenales, Conaculta, Archivos, 1992. Obtuvo el Premio de Poesía Iberoamericana Ramón López Velarde 2009.

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