No te rías pero… en realidad la luna se esconde bajo el océano y lo que vemos allá arriba no es más que su reflejo. No te rías, hablo en serio. Desde hace años un tigre la busca y para no ser devorada se ha escondido en el mar.
¿Lo recuerdas? Quién iba a decir que en ese entonces, sin saberlo, estaba contando tu historia. Nos conocimos en aquel puerto pesquero por casualidad, o al menos así lo creímos hasta descubrir la lista de amigos en común y los lugares en que habíamos coincidido sin percatarnos. Para entonces no éramos más que dos turistas que cansados del bullicio de la metrópoli se recluyen en la oscuridad maloliente de la playa, y encuentran ahí otra mente ávida de soledad.
Antes de siquiera preguntarme mi nombre o por qué estaba ahí, me pediste que te contara una historia, como si lo único que desearas fuese olvidar algo. Entonces, yo te hablé de Ectrititirtce, el gran tigre perseguidor de la Luna. ¿Lo recuerdas?
No te rías pero… dicen que el tigre era fuego y negrura; obsidiana lumínica que extiende con su cola el nuevo día. Él arrastraba el caos con sus garras destazando la noche para abrir fracturas de luz. Para eso fue creado y así hubiese sido siempre, de no ser por el níveo ratón que, enamorándose de la noche, decidió robarle al tigre la luz de fuego que latía en su corazón.
Han pasado años desde aquella noche y yo sigo preguntándome por qué te conté esa historia. Querías olvidar todo, querías olvidarla a ella, por eso fuiste al mar a ver si su oscuridad te tragaba, o si la luna conseguía distraerte un poco. Sólo me encontraste a mí narrándole historias al mar y a los astros. Así nos conocimos.
Entonces, la oscuridad lo cubrió todo.
El tigre, al verse teñido para siempre de carbón, se echó a correr furioso por el mundo en persecución del raptor. Su rugir era el resquebrar de la tierra. En su desesperación, la bestia amenazaba con engullirlo todo: el tiempo, la vida, la nada, los posibles e imposibles, los cantos maternos y los sueños iracundos, los deseos indecibles, los amores prohibidos, las palabras, la poesía; todo lo devoraría a menos que el níveo ratón a él se entregase. Pero éste corría y corría sin arrepentirse de su crimen.
Así el tigre le persiguió por volcanes, praderas y tundras, cruzaron todos los bosques, cuevas y sabanas, atravesaron manglares, cenotes e inframundos hasta llegar al mar. Entonces el ratón, sin más fuerzas para seguir huyendo, le suplicó al océano que le permitiese esconderse ahí.
Yo te decía que nuestros cuerpos eran mares creados con las lágrimas de algún dios y nuestros corazones eran lunas ocultas a los ojos de los tigres. Pero tú reías diciendo que era una tontería, pues tú no tenías luz, ni luna, ni corazón. Y claro, ¿cómo ibas a tener alguna de aquellas cosas si un tigre las había devorado? Tu cuerpo era un mar sin luna y reías para no escuchar el rumor de las aguas clamando por ella en la oscuridad. Dime: ¿quién robó la luna que en tus aguas se escondía? ¿Qué tigre le devoró? ¿Qué roedor le robó?
—Isabel.
Pronunciaste su nombre mirándome y supe que jamás podría ocupar su lugar. Ahora sé el nombre de quien robó tu luna y te convirtió en tigre salino. Quise marcharme en ese momento, tomar mi ropa, mis historias, cada pedazo de mi cuerpo, pero mis dedos no se separaron de tu espalda y tras un momento de duda volvieron a recorrer tu piel como si buscasen nuevamente la ruta indicada en un atlas, un astro perdido en un mapa estelar.
—¿Cómo es ella?
Y dijiste que yo era como ella, que mis manos y las suyas recorrían caminos similares en tu espalda, que nuestros ojos escondían desiertos, que no conocíamos la oscuridad. Me hablaste tanto de ella que llegué a conocerla mejor que a mí misma y entendí que no se escondía en los lugares donde solías buscarla. Me hablaste tanto de ella y las mujeres con que habías intentado olvidarla; de cómo te habías convertido en Ectrititirtce y habías recorrido el mundo profanando templos y mares para robar lunas que no te pertenecían sólo porque creías ver entre las aguas el reflejo de aquella que robó tu alma. Me hablaste tanto de ella que comprendí que te equivocabas, ni a Isabel ni a mí nos conocías. Por eso, por más que la busques jamás la encontrarás, por eso, aunque a mí me tengas me vas a perder.
Me haré un ovillo y el tigre creerá que sólo soy una perla lumínica. Déjame esconderme en tus aguas” —Suplicaba el roedor.
No —replicó sin inmutarse el océano— pues, si el tigre sospecha y me ataca, los dioses se enfadarán con ustedes dos.
¡No lo hará, no lo hará! —Repetía el ratón níveo intentándolo convencer; pero, al ver que el mar no cedía y el tigre cerca ya estaba, se arrojó a las aguas y el tigre a su vez lo siguió. Con sus zarpas obsidianas comenzó a rasgar el océano sin importarle que éste retrocedía suplicante—. Por tu bien tigre, no oses herirme o los dioses, mis padres, se enfadarán. —Pero el tigre no lo escuchaba y pronto a sus rugidos se unió el grito encolerizado de los dioses que, en forma de trueno y centella, quisieron advertir del castigo. El tigre no se detuvo.
Un zarpazo rompió las aguas. Otro descubrió al níveo roedor. Un tercero derramó la luz manchada de carmín. Del mar se elevaron pequeñas escamas lumínicas. Herida en el fondo de las aguas, la luz hubiese muerto en las garras del felino; pero los dioses de una centella al tigre enceguecieron.
Acaricio tus mejillas y entre sueños pronuncias su nombre: Isabel. Y yo divido mi odio entre aquel nombre y el tuyo. Ahora sé que cada lunar en tu espalda es una herida, una escama de luz marchita entre tus garras; entiendo por qué al conocerte me dijiste “No te acerques, soy veneno y no quiero que te ahogues en mi abismo”. Me doy cuenta de que todas las personas pueden llegar a ser tigres, roedores y mar a un mismo tiempo. Todos pueden robar la felicidad ajena; herir a otros buscando lo que creen que les pertenece; ser escondite, templo profanado.
Hay tantos astros en tus mares como tigres en tu pasado. Tú también has sido uno. Todos somos el tigre de alguien. Todos somos la luna que de otro huye. Y tú de mí pretendes ser Ectrititirtce y devorar mi luna y luz, pero no temo. Dios olvidó llenar este mar con sus lágrimas. Aquí sólo dunas de arena y fuego solar existen. No tengo miedo a tu cuerpo ni a tu oscuridad. Por eso voy creando historias sobre tu piel, reconstruyendo con vidas alternas los abismos y huecos que otras dejaron. Voy llenando con historias y palabras los vacíos que devoran tu alma, cubriendo con mis dedos las lunas de las almas que tú devoraste. Cada lunar es un recuerdo; un haz de luz petrificado; un alma devorada por ti: el tigre Ectrititirtce.
Los dioses tomaron las escamas lumínicas derramadas en el mar para extenderlas por el cielo y crear con ellas constelaciones y galaxias. Pero sin darse cuenta, las escamas más pequeñitas escaparon de sus manos y fundiéndose a las lágrimas de los dioses dieron origen a los humanos. Entonces, los dioses convirtieron al tigre Ectrititirtce en el Sol y al roedor en la Luna para que así continuaran su eterna persecución y pudieran darles calor, días y noches a sus hijos los hombres. Es en el alba y en el crepúsculo —cuando se tiñen de carmín los etéreos mares, cuando los astros se miran— que los espíritus del felino y del roedor, ahí arriba, encadenados, recuerdan el tiempo en que fueron libres. Es en esas horas en las que sus hijos, los actuales tigres y roedores, se disponen a la caza o a ocultarse. Dicen que los tigres no olvidan que un día ellos fueron el sol que caminaba sobre la tierra, por eso ahora avanzan de noche intentando alcanzar el espíritu del roedor escondido en el mar nocturno.
Hay miles de universos y en una vida tú no buscas a Isabel entre bares, galerías y pinturas; en una vida tú te quedas a mi lado sin importar nuestros nombres; en otra, somos historias, palabras; en otra, versos. Y en todas voy contándote las vidas que no vivimos mientras mis dedos recorren tus lunares. Entonces caigo en la cuenta de que existe una dimensión en que tu piel está libre de constelaciones y yo no tengo abismos que contar. Beso tu piel caoba y retomo el camino de tus astros: en otra vida los dos nacimos como hombres, y en otra vida como mujeres. En todas nos hemos amado, pero sólo en una permanecemos juntos… y no es en esta.
Tú eres el mar donde quise esconderme, pero tus olas son veneno y de tanto huir de los tigres te has convertido en uno. Al alba, Ectrititirtce, recomenzarás tu búsqueda y tú te habrás marchado en busca del corazón que te fue arrancado. Tú jamás te quedas. ¿Por qué lo iba a hacer yo?
Me levanto en medio de la noche deseando que esta sea la dimensión en la que tú y yo somos uno. Una lágrima se escapa y al alejarme retienes mi mano. Uno…cierro los ojos y cuento… Dos…me digo que puedo ser más fuerte que tus mareas… Tres…que puedo soportar tu alma felina… Cuatro…que también en este mundo puedo quedarme… Cinco…si tan sólo tú no me dejas… Seis…yo te seguiría a cualquier parte si tan sólo sostienes mi mano lo suficiente… Siete…por favor no me sueltes… Ocho…Dios, si es para mí que él no me suelte… Nueve…
Liberas mi mano, yo lo comprendo, no hay lágrimas. A diferencia de ti yo soy un desierto. A Dios se le olvidó verter en mí sus lágrimas para ahogar este astro que me quema. Supongo que por eso deseaba hundirme en tus tristezas. Quería que tú devoraras mi alma y me liberaras de una vez por todas de ella.
Me visto antes de convertirme en estatua salina, quiero salir sin verte una última vez. A veces me gustaría ser yo quien devoró tu corazón. Pero no, no fui yo. Fue ella…
—Isabel —me llamas por mi nombre cuando escuchas la puerta, me detengo, pero no volteo—. Isabel— me llamas y sé que no es a mí a quien buscas, sino a esa otra Isabel que jamás existió, a esa que buscas entre versos, pinturas y alcohol, entre tundras, praderas y mares, entre sueños imaginarios y mujeres de rostros extraños—. Isabel… apaga la luz cuando te marches.
A veces me gustaría ser la mujer que oscureció tu corazón.
No te rías, sé que suena a una tontería, pero realmente así es como inició este mundo: con un tigre y un roedor persiguiéndose en la negrura. Hay miles de universos y este ha iniciado de esa forma.
Alejandra R. Montelongo

(Zacatecas, México, 1993). Psicóloga y licenciada en Letras (UAZ). Ha trabajado como psicopedagoga, consultora de proyectos de prevención de la violencia de género, fomento del cuidado del medio ambiente y promoción de la lectura. Sus textos aparecen en las antologías “Todos somos Inmigrantes”, “Y son nombres de mujer”, “II Antología de Escritoras Mexicanas” y en revistas como “De-Lirio”, “Monolito”, “Minificción”, entre otras. Ha tenido participación en el V Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes Jesús Gardea, el I Congreso Nacional de Creadores Literarios, el Encuentro de Escritores Jóvenes UAM-I y el IX Encuentro de Jóvenes Escritores de Iberoamérica y el Caribe enmarcado en la Feria Internacional del Libro de la Habana, Cuba.
0 comments on “Ectrititirtce: o de cómo el tigre persiguió a la luna que un día fue tu corazón”